lunes, 22 de julio de 2013

La sordera del Mañana, Parte 6 (FINAL)

Se ha activado la pista de audio 9, reproduciendo

Ya dejé de escuchar los pasos, seguramente es porque se esta oscureciendo, ahora tengo que permanecer oculto hasta mañana, creo que rocé unas ortigas en el pantano porque me arden las canillas y tengo un horrible sarpullido. Mamá, Papá, perdonen todo, es solo que… es muy difícil, tengo hambre, frío, no sé que hacer, perdonen las lágrimas, los quiero y…


Capitulo 5: “Los lobos se cazan en manada, la manada caza a los lobos”

Escuché como el chirrido de mi grabadora indicaba que no quedaba más espacio en la cinta magnética para grabar mi mensaje de despedida, me arrastré entre el barro y las ramas para hacerme una vista a todos los posibles enemigos, cuando se hacía de noche la mayoría de los cazadores se retiraban a sus casas después de un productivo día de acechamiento, sin embargo era ahí donde los llamados “expertos asesinos” (cuyas chaquetas brillaban por las medallas que habían conseguido en sus años de experiencia) preferían cazar a sus presas. 

Entonces el sonido de un motor alertó mis oídos, llegaba un nuevo camión de carga y sus pasajeros deberían enfrentar al igual que yo la extensa planicie dunar bloqueada por la pared de concreto a la que denominaban playa “la boca”. Las puertas de la carroza se abrieron y dejaron ver a los condenados pegados a las paredes imantadas a través de las esposas magnéticas que llevábamos en las muñecas, la fuerza invisible es más difícil de cortar que el acero.

Un hombre bajo con un uniforme azul descendió del vehículo, no tenía ningún arma, no las necesita, sólo posee un pequeño control plástico con el que revierte la polaridad de las esposas provocando que los presos salgan disparados del interior, ahora tocaba el discurso final, el que ya tenía memorizado y repetía a una alta velocidad coreado por la voz femenina.

“Ahora se encuentran en la zona uno de la zona de libre caza, no hay salida, las reglas son simples, sus esposas están programadas, cuando su tiempo de condena acabe la polaridad se invertirá y una máquina voladora los atraerá para sacarlos, si mueren la falta de pulsaciones cardíacas activará las esposas y la maquina los retirará de igual manera, si se acercan demasiado a los límites de la reserva sus grilletes se pegarán a los barrotes metálicos y serán un blanco fácil, no se les alimentará ni se les sanará durante su estadía al menos que haya sido previamente especificado por el juez, buena suerte a todos y adiós” 

El hombre se dirigió al camión y aceleró hacia la salida,  ahora me encontraba observando las víctimas, las primeras dos horas muere el 75% de los reos porque no encuentran donde esconderse, y en este caso los disparos y los cuerpos volando para ser retirados me dio una cruda escena que revivió la primera hora que había pasado, donde las personas con las que había charlado en el camión eran acribilladas y retiradas como bultos por medio de sus grilletes mientras yo corría hacia el pantano a esconderme y desde ahí ahora me concentraba en una manera para sobrevivir entre las lágrimas y el miedo, mis ojos visualizaron la única salida posible, justo detrás de la cuenca del río, había que atravesar unos matorrales pero había un túnel apantanado que antes liberaba el extinto río Aconcagua, detrás de él estaba la continuación de las líneas del tren al norte, si lograba llegar sin acercarme a las rejas metálicas podría escapar…


Los disparos certeros alcanzaban a los novatos del dunar mientras yo me arrastraba  bajo las zarzamoras hacia el pantano, un par de gritos me pusieron la piel de gallina, había mujeres, niños, todos muertos en manos de las personas con las que seguramente convivía todos los días “son criminales y merecen morir” era el argumento más usado, sin embargo en ese momento no me sentía como un criminal, ni como alguien que mereciera estar astillando sus brazos contra las impenetrables espinas de la maleza. Y mirando mi salida un ruido seco me detuvo, un arma cargándose justo detrás de mí, con la mirada perdida volteé mi cuerpo y pude verlo, me apuntaba con una escopeta lista para disparar. 

-Sabía que vendrías a esconderte aquí- dijo seriamente sin moverse un centímetro, tenía la chaqueta cubierta en estrellas plateadas, había matado a por lo menos veinte, ¿treinta?, no era el momento para ponerse a contar, comencé a llorar de miedo al ver sus ojos cargados en rabia y sangre, como un animal encabronado.
-Nico- dije con un nudo en la garganta -por favor- mientras, yo veía la salida del otro lado de las moras tratando de arrastrarme por el barro.
-No, Diego, no puedo hacer nada, tu te metiste en esto solo, mi mamá no deja de hablar de suicidio y mi papá no va a trabajar desde el juicio ¿porqué no podías escucharme?- y su expresión cambió súbitamente a tristeza -Nadie va a matar a mi hermano más que yo, no lo soportaría... es mi culpa- una lágrima salió de su mejilla mientras afirmaba con más firmeza su escopeta.
-No te voy a pedir perdón si a eso viniste, no se porque finges ser un tipo que sigue las reglas si en el fondo sigues odiando este lugar- dije cambiando mi actitud al no entender que le pasaba a mi hermano, nunca lo había visto llorar en mi vida, ni siquiera cuando había perdido a su novia de toda la vida.
-No sabes cuanto te equivocas- Escuché el grito de rabia de mi hermano,  después un disparo, otro disparo, luego todo se puso negro y me quedé inmóvil en el barro.
Un tercer disparo, ¿era posible que escuchara después de morir? No me veía a mi mismo siendo elevado hacia el imán, en cambio, vi como caían miles de vidrios del cielo y como se elevaba otro reo cercano al pantano.
-Toma- me dijo lanzándome un par de barras alimenticias -si le di bien a las ampolletas el corte de luz de esta zona durará más o menos una hora, voy a matar a todos los que se acerquen así que corre y cruza el humedal y las palmas horadadas.

Impactado me levanté a abrazarlo, mis esposas se pegaron a su escopeta y tuve que forzar su salida, saqué de mi bolsillo la grabadora y se la di sin dejar de llorar, sin embargo, él me empujó hacia el camino y me obligó a apresurar mi huida hacia la alcantarilla del extinto carril fluvial, era mi única oportunidad de sobrevivir.


Se ha activado la pista de audio 9, reproduciendo.

“…porque me arden las canillas y tengo un horrible sarpullido. Mamá, Papá, perdonen todo, es solo que… es muy difícil, tengo hambre, frío, no sé que hacer, perdonen las lágrimas, los quiero y… y perdónenme todos, no me arrepiento de haberle abierto la vista al mundo, el mundo merece saber que existe algo más que una voz obligándolos a ser perfectos y la música era la forma de hacerlo, los sonidos, las letras, solo son reflejos de que existe algo más dentro de nosotros que una máquina lista para actuar y de que la rebeldía hacia nuestra naturaleza hubiera sido no haberme arriesgado a buscar una realidad diferente, sin embargo ahora desearía que mi hermano estuviera aquí, Nico, si alguna vez escuchas esto quiero que sepas que aunque hayas cambiado mucho sé que aquel chico deportista, el primero de la clase, amado por los adultos, los profesores, todas las chicas del colegio persiguiéndolo como moscas siempre envidiando a su novia de la infancia, ayudando a los ancianos, repleto de amistades, que  fue una inspiración para mí por años incluso al punto en el que comencé a vestirme como él y hablar como él solo para ser más inteligente y que mis padres me pusieran un poco más de atención sigue escondido dentro de ti, quizás algún día lo vuelva a ver y eso espero, sin embargo sigo queriéndote y creo que tuve que haberte dicho mis planes desde el principio, dejo que esta grabación sea mi ofrenda de paz…. Dejo que esta grabación sea mi ofrenda de….”

La pista de audio ha acabado, no hay más espacio en la cinta…


lunes, 15 de julio de 2013

La sordera del Mañana, Parte 5

Se ha activado la pista de audio 8, Reproduciendo:
El ruido agudiza el miedo, no se distinguir entre un pájaro y un cazador armado, no quiero ser un premio, no quiero ser la estrella de metal que estará en la chaqueta de algún deportista, tengo que salir del arbusto de moras, correr al bosque o al río y rezar porque nadie me vea. Es raro que hace algunos meses hubiera dado todo para hacerme notar, ahora ya no importa, todo se arruinó. Sergio, si me encuentran y sigues vivo para escuchar esto, recuerda, “no se puede alcanzar el cielo pisando las nubes”

Capítulo 4: A veces se gana, a veces se pierde.

Una semana, eso fue todo lo que necesitamos para terminar nuestra primera canción, estaba básica, tenía solo cuatro acordes pero aun así no se había visto algo igual en siglos “pero no tiene nombre” discutíamos constantemente a medida que se acercaba la fecha límite, simplemente no había forma de nombrar algo que para nosotros era tan desconocido, y ese no era el último de los problemas. 

La baja en mis notas había hecho que la “voz” alertara a mis padres, y las radios de la casa habían comenzado a repetir constantemente “El alumno Diego Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez que sus notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar, El alumno Diego Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez que sus notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar”.

Mi padre se volvió loco después de los primeros dos días, mi hermano, que no pasaba mucho en casa me vigilaba como un sabueso cada minuto que me tenía a la vista y tuve que faltar a varias prácticas por eso, mas nada impidió que llegara el sábado y que escabulléramos las partes de la batería a la cloaca donde los vagabundos habían abierto un par de caminos al espectáculo, un gran mesclador cromado, algo oxidado y artesanal de por lo menos dos metros de ancho ocupaba la mayor parte del escenario. 

Ahí detrás nos hicieron instalar nuestros instrumentos e inventos para tener nuestra primera oportunidad. No puedo estar seguro de que sabía que estaba haciendo, pero estaba convencido de que era lo que quería, además, era la primera vez que haría algo para lo que sentía que era bueno en frente de gente real, no de un espejo o un robot sociabilizado. Me preocupaba aun el mecánico, no lo conocía bien, y no sabía lo que era su batería, me dijeron que estaba listo, pero algo en mi lo dudaba con descaro.

Me acerqué hacia el encargado de colocar la música, un hombre alto que miraba su máquina con psiquiatría mientras movía tuercas y tornillos. Pude notar un par de cosas interesantes, como los cables de colores que salían hacia los parlantes y las cajas con diferentes entradas para aparatos arcaicos como DVD’s, USB’s e incluso cintas magnetizadas de sonido según me explicó el técnico cuando le pregunté. Intenté entender que eran las siglas, pero simplemente me dediqué a ver los artefactos desde cerca, jamás en mi vida había estado siquiera cerca de tales ilegalidades, algunos cuadrados, otros redondos, otros del tamaño de mi dedo pulgar y otros que doblaban la superficie de mi cabeza.

-¿Qué tanto miras?- escuché la voz del hombre alto -¿Nunca habías visto una músico?
-Nunca- mi respuesta pareció sorprenderlo, no tenía más que agregar que una sonrisa ingenua, y el maquinista, con un tono de seguridad se movió un par de pasos a la izquierda y me invitó a ver el aparato más de cerca, pero no tocarlo.
-Estos controlan la canción que viene, estos modulan los bajos y los volúmenes, este de aquí distorsiona el sonido…- comenzó a enumerar las partes de memoria, corroborando mi hipótesis sobre su estado psicológico en relación con su máquina, una vez que terminó volvió a su trabajo y me volvió a ignorar por lo que fui a refugiarme con la banda, la que ya tenía instalados todos los instrumentos, afinados y listos para tocar.

-Y si les gustó esa pieza de- el narrador hizo una pausa para leer su memorándum -Un tal "Nirvana", amarán lo que viene. Una banda real, por primera vez en cientos de años, escucharán música de las manos de los creadores, denle un aplauso a… ¡Intrusos suburbanos!

 No había forma de que odiara más ese nombre, pero como solo habíamos tenido un par de minutos para escogerlo no estaba ni en la posición ni en la situación para discutirlo. Exequiel levantó las manos y cerró los ojos, como buscando una respuesta en sí mismo que nadie más podría contestarle, yo por mi parte no podía dejar de temblar al encontrarme desde mi rincón, siendo observado por cientos de personas que esperaban la situación oportuna para criticar, gritar y atacar.


Los aplausos mitigaron mis malas expectativas, nunca había logrado nada  por mi mismo, me empeñaba en transformar cada segundo de esos efímeros momentos de éxito, habíamos logrado un nombre, hasta el baterista de quien desconfiaba había lucido su mejor técnica. 

Nadie del público había oído jamás música real, al punto que el mezclador de pistas que me había mirado con un aire de burla ahora se encontraba shockeado por los platillos del invento del mecánico. Estaba claro que nos querían de vuelta, y no solo eso, el mezclador se acercó a nosotros y nos propuso usar su máquina para grabar y difundir la música “Tengo un montón de cintas en blanco que nunca supe en que gastar, podríamos masificarlos a Santiago y al sur”. 

Así comenzó el salto a la fama, de ese día a la semana siguiente ya teníamos no solo esa oferta, sino que en mi colegio se había esparcido el rumor de una banda a la antigua que se había formado bajo la ley estaba tocando, aun no se sabia bien quienes eran los músicos misteriosos que pretendían salir a la fama en contra de lo que la ley absoluta estipulaba. 

-El vocalista nació bajo tierra y nunca fue marcado con un número de serie, el baterista perdió la memoria, el bajista surgió de la nada y el guitarrista, es como si lo hubieran traído del siglo antepasado- las leyendas urbanas y los comentarios variaban, nos sentíamos como fantasmas, me atrevería a decir que como dioses y esa mañana en la que desperté con un horrible dolor de cabeza debido al alcohol que habíamos logrado conseguir después de tocar en un espacio de la cloaca, no había dormido en mi casa pero mis padres creían que estaba donde Tampier haciendo una tarea de historia para la que nos habíamos atrasado (La verdad ya estaba acabada y predispuesta en mi carpeta electrónica). 

Con mucho cuidado me levanté, caminé hacia la escalera y me vi en medio de la noche en la turbia ciudad del concreto, alguna vez llamada la ciudad del mar. El taxi a casa me costó la paga de toda la noche, sin embargo no podría nunca completar su tramo, sentía un frío en los huesos que no era provocado tanto por el clima sino por un malestar en la boca del estómago.

 Luces platinadas y enrojecidas iluminaban toda la cuadra anterior a mi casa, debieron ser por lo menos doce radio patrullas esperando parsimoniosamente a cada lado de la calle. Bajé del vehículo con la frente baja y desvié la mirada hacia mi casa. Mis padres discutían con un carabinero que llevaba una caja metálica en las manos, sin embargo no lo dejaban pasar a la casa y al verme avanzar por la calle entre los automóviles luminosos detuvieron sus gritos y se quedaron impactados por mi aspecto algo demacrado. 

-Guito- dijo mi madre en voz baja y mi padre miró al carabinero mientras este encendía la caja metálica.
-Tu brazo- me ordenó el uniformado, yo inserté mi mano en la máquina y esta comenzó a tintinear “El alumno Diego Sepúlveda Verdugo se presenta con la identificación de A-33” escuché la femenina voz que tanto odiaba, otro carabinero se acercó al hombre de la caja esperando órdenes “Es él” dijo señalándome y la caja de metal atrapó mi mano.
-¡Déjelo!- gritó mi padre mientras mi madre me sostenía la espalda, entramos a la casa seguidos de tres uniformados, cada uno más agresivo que el anterior.
-Guito, ve a buscar tu pistola- dijo mi madre casi llorando, mi padre la sostuvo unos segundos mientras yo colapsaba del terror que me había causado esa orden, no reaccioné y me quedé viendo a mis padres con los ojos impregnados en miedo 
-¿Qué pasa guito? Tráela para que vean que todo es un malentendido- dijo mi padre, y al ver que no respondía mi madre entró en llantos desesperados -Dime que no es verdad, dime que no ¡DIEGO!-

El carabinero se acercó a mí y por primera vez me miró a los ojos -¿Sabes lo que has hecho?-

Nicolás bajó la escalera con un aire de desilusión mientras mi madre se lanzaba al sillón para llorar 
-No solo no la tiene, sino que encontré esto en su habitació-” dijo lanzándome una cinta de audio en la cabeza con tanta fuerza que éste acabó partiéndose en dos, hiriéndome la frente -Tiene CD’s, cintas magnéticas, cuerdas de guitarra-, Mi madre dejó inmediatamente sus lágrimas para mirarme con rabia 
-¿Así que todo esto es por la música?- 
La caja metálica comenzó a brillar 
-Son pruebas suficientes, llévenselo

-Se le acusa de matar a la fallecida, desechar el arma, y huir.

 ¡Muerta! y por mi culpa. Era todo lo que pensaba al ver las imágenes de Isi, aquella linda chica de mi escuela, tirada en medio de calle Valparaíso con una bala en la sien. 

-Así que tú no la mataste, pero la conocías y fue asesinada con tu arma- dijo el fiscal señalando las imágenes. Podía admitir que la había matado, una persona menos no era tan grave, sin embargo no quería hacerlo, había algo en mí que lo impedía. 

-Vendí el arma hace meses, el mismo día de mi cumpleaños- Se la había vendido a la escoria de la sociedad y con los papeles, donde cualquier loco pudo haberla comprado y haberse aprovechado de ésta, esa explicación complació al juez, sin embargo el fiscal no se detuvo 

-Primero que nada eso es ilegal, y segundo ¿podrías decirle a todo este público que compraste con ese dinero?, ¿drogas? 

Sonreí al mirar a mi hermano, nunca lo había visto más decepcionado o más impresionado de no saber exactamente que había estado pasando en mi vida los últimos meses.

-No, una guitarra-, todo el tribunal se quedó mudo, mi hermano se levantó agresivamente de su puesto en las butacas como si fuera a dispararme y permaneció mirándome fijamente a los ojos casi diciendo 

-Lo supe desde un principio- entendí que estaba frito, Tampier lo demostraba en su expresión desde las gradas, justo entre sus padres que lo sostenían mientras me lanzaban miradas de odio. Cuestionar a un adulto que no lo haya permitido antes, intoxicarse hasta perder el conocimiento, cruzar la línea del tren y comprar un instrumento musical, cuatro simples reglas que no debían romperse, tres simples violaciones al sistema de mi parte. 

-Soy el guitarrista de esa banda misteriosa que escribe canciones y de la que todo el mundo ha estado hablando, pero no maté a esa niña- El juez ordenó un par de papeles en su escritorio.
-Si hubiera sido tú, hubiera confesado la muerte, una persona muerta vale menos que cien personas corrompidas, te daré una oportunidad para que me digas el nombre del resto de los integrantes de la banda. 

Yo negué con la cabeza, era mi culpa, no la de Tampier, ni Fuenzalida ni menos del mecánico -La ley establece que ninguna persona puede generar música de más de dos tonos que no hayan sido aprobadas previamente, y estas cintas contienen un poco más de eso.- dijo con un tono de duda en su garganta, mi hermano, que aún no se sentaba alzó la voz. -Por Dios su señoría, espere, ya no es un niño y razona, sé que debe ser condenado pero- hizo una pausa y su voz cambió de misericordia a seriedad -yo te lo dije Guito, la música no había matado a nadie aún- sus ojos estaban repletos de rabia, decepción y miedo, como si librara una batalla consigo mismo.

 -Nicolás Sepúlveda Verdugo, te ordeno que te calles, tal como hice contigo cuando te levantaste contra ese policía, aplicaré la ley, eso a ti te reformó- volteó la vista mí -has roto más reglas de las que yo puedo memorizar, por lo tanto te condeno a la zona de caza libre por una semana- nadie había sobrevivido más de setenta y dos horas con el frío, la humedad, y los perdigueros, según escuché alguna vez a mi madre, mi hermano había recibido un balazo en la canilla y su novia Melissa no había durado las 24 horas. 

Ahora me tocaría cosechar lo que yo mismo había plantado, tenía veinticuatro horas para recoger mis cosas y en 48 horas el camión nos llevaría a los reclusos a la zona roja, Tampier se acercó llorando a mí mientras caminaba fuera de esa oscura habitación.

-No tenías que hacerlo tu solo, no vas a durar una semana ahí- su voz estaba plasmada de pánico, yo puse mi mano en su espalda con un nudo en la garganta.
-No planeo hacerlo- mientras nos alejábamos de la masa hice una pausa y le di un apretón manos
-Entonces supongo que éste es el Adiós- y así concluía mi discurso de rendición, firmado con una sonrisa.









domingo, 7 de julio de 2013

La Sordera del Mañana, Parte 4

Se ha activado la pista de audio 7, Reproduciendo:

Ya no puedo contra el frío, ya no puedo contra el sueño. Para la época que escuches esto ya estaré muerto y en este momento no hay nada a lo que le tema más que a eso. ¡Mierda!. perdón, estoy antipáticamente nervioso. Debes escuchar la historia real, no como la que escribieron en tu libro de historia ni como la que le implantaron a tu padre para que te contara, ¿escuchas eso? Es uno de ellos. Cambio y fuera

Capítulo 3: Los peces que quisieron caminar
Las semanas bajo la tierra pasaron y así comencé a mejorar mi técnica, mis notas bajaron porque ahora había algo mejor que hacer que estudiar, tenía el mundo a mis pies porque mi mundo era la música y mis partituras se escondían bajo el falso colchón de mi cama.

 Tampier sabía ya tocar el bajo, aunque su aprendizaje había sido auspiciado por sus padres que consideraban que mientras se mantuviera a la raya era mejor que estuviera expresándose a que fuera uno de los cientos de adolescentes que solían suicidarse en la semana.

El mundo sufre de hambre, calentamiento global irreparable, pobreza sesgada, depresión y guerras en todo el polo atlántico norte por el agua y los recientes recursos encontrados. Sin embargo el problema clave, lo que se ha controlado solo con matanzas, es la sobrepoblación mundial. No hay enfermedades letales como hace doscientos años, no hay control suficiente para la inmigración, no hay identidades ni privacidad, ya no existen grandes casas como las de las fotos antiguas, no hay nada que me permita ser un individuo y no parte de una masa, nada excepto la música, pero no todos la tienen y es por eso que además de las zonas de libre cacería humana, los suicidios en todo grupo social son comunes, la muerte no vale nada.

-Hoy el obituario es más largo que la semana pasada- escuché al Nico comentarle a mi madre con un tono de preocupación esa mañana -El informe que hicimos en la universidad decía que la tasa de muertes en manos criminales se ha elevado y cómo se masificó la seguridad de la policía no se entiende el “porqué”.

-No tiene nada que ver con nosotros- le dijo mi madre con una sonrisa –No sé para qué te preocupas.

-Me preocupo porque el Diego está justo entre los 3 años con más índices de suicidios, mutilaciones y ejecuciones programadas, además de un porcentaje del 23% de estudiantes rebeldes que el gobierno está simplemente lanzando al frente de caza.

-No soy tonto- dije tomando una taza con leche –No me meto en líos, y no tengo depresión.

-Aun así estas saliendo mucho con ese amigo tuyo, el Sergio, ese niño rico tiene complejos de rebeldía y se junta con gente que pronto van a mandar a  cazar.

“Y ni  siquiera sabes que ya estoy tocando solfeos y más de ocho acordes en una sola canción” Pensé con una expresión de satisfacción “si solo supieran”. -Que no te agrade Tampier no significa que sea una mala junta ni que se vaya a matar- le dije con un tono grave para que comprendiera de una vez que no me interesaba su opinión.

Mi hermano se limitó a volver a su computadora, suspiró con decepción, se levantó y subió las escaleras con pasos pesados como para hacerle saber a su familia que no se sentía cómodo siendo ignorado.

-Tu hermano tiene razón en algo, tienes que tener cuidado Guito- dijo mi madre al ver mi cara de impotencia, creí que por fin había ganado una pelea, pero la actitud de mi hermano me había dejado con un sabor amargo en la garganta. Y esa incapacidad de poder dejar a mi hermano sin palabras aun cuando tuviera razón me siguió hasta el colegio y las clases. Únicamente pudo calmarme el timbre de salida.

-Quiero presentarles a alguien novatos- Exequiel se veía animado, el día anterior habíamos logrado coordinarnos lo suficiente para lograr que los acordes combinados no sonaran como un accidente de tráfico entre un camión y una vaca, habíamos regresado de la sub-ciudad con la sensación de éxito que solo se logra cuando se gana algo que se ha buscado por mucho tiempo y ahora no nos dirigíamos  a la antigua estación sino que en dirección opuesta, ahí entre las estaciones de servicio y los talleres mecánicos que ocupaban un barrio completo de la ciudad había una tienda que se habría desde un gigantesco garaje cubierto de pancartas con letras azules que resaltaban, pero no pude leer bien lo que decían.

Fuenzalida tocó el timbre de la casa contigua y sin esperar más de medio minuto un chico, más o menos entre los dieciocho o diecinueve años abrió la puerta. Su rostro estaba cubierto de grasa negra y su cabello castaño oscuro por un polvillo plateado, estaba vestido con un overol azul que de no ser por un par de zonas desempolvadas pudo fácilmente haber sido beige.

-Fuenzalida, ¿Qué onda? Pensé que no venías hasta el viernes

-¿Tienes listo mi encargo?- respondió el rebelde sacándose las gafas para entrar en el local, con automóviles antiguos en fotos colgadas en las cuatro paredes y un mostrados con una caja registradora en medio de cientos de diferentes llaves y herramientas de taller.

-Solo me falta un par de detalles, ¿por qué? ¿Quieres verlo?- dijo el chico preocupado

-Sí, y ellos también- dijo señalándonos, sin embargo el mecánico no nos hizo buena cara, seguramente la chaqueta de Tampier estaba demasiado limpia o mi cabello demasiado engominado.

-Pasen- dijo éste abriéndonos la puerta del garaje el cual estaba hasta el tope de repuestos de autos de todas las clases y años, dejando un par de vehículos superpuestos en clara “reparación” en medio de la sala, no tenía idea de que hacíamos ahí –No toquen nada- nos advirtió el mecánico caminando entre las pilas de chatarra acumulada hacia el fondo del taller, había un par de hombres de mayor edad sobre los motores funcionales, pero no nos tomaron atención desde sus fijos puestos de mecánica – No he tenido tiempo de probarlo– dijo el mecánico abriendo una última puerta hacia una habitación que tenía una gran cantidad de motocicletas.

En medio, una frazada mugrienta cubría un aparato de dudosa forma que no habría podido reconocer por mí mismo, y al despojarlo de su cubierta me vi aún más confundido, solo eran un montón de piezas pegadas por engranajes en forma de llantas.

-Me basé en el plano que me diste y en la foto, pero recuerda que no estaban completos, así que tuve que imaginar el resto

-Quedó perfecto- era la primera vez en mi vida que veía al chico nuevo con una sonrisa en la cara, estaba complacido, feliz.

-Eeeeh, ¿Qué es eso?- preguntó finalmente Tampier  quien se veía tan confundido como yo.
-Una batería- dijo Exequiel sin quitar su sonrisa –Ahora vamos a poder ser verdaderamente una banda.

-Puedes probarla- .le dijo el creador del aparato dándole un par de varillas metálicas –si quieres.

No entendía nada, sin quitar la sonrisa de su cara Fuenzalida corrió a la máquina y comenzó a golpearla con fuerza, no sabía si detenerlo o entenderlo, pero lo segundo parecía imposible, no era que los golpes repetitivos activaran algún sensor o que le dieran alguna facultad al trozo de chatarra, solo sonaban como metal crujiendo.

-Mier.., no sirvo para esto- dijo finalmente lanzando las varillas al suelo –Matías, ¿tu entendiste como hacerlo?

-Más o menos, no hay profesores que digamos- respondió el mecánico dándole otro par de golpes a la máquina

-Detente, no le veo el caso, las cosas no sirven a golpes, ¿no sabes que se rompe así?- pregunté algo asustado por el trato que se le estaba dando al invento, el Mecánico sonrió con fastidio y se detuvo.

-¿De verdad no sabes qué es una batería?- rió Matías y se dirigió a Exequiel -¿los sacaste de un internado?

-Los saqué de Concón- dijo Fuenzalida mirando la chatarra –Ahora me trasladaron a un colegio exterior.

-Eso lo explica todo- dijo sarcásticamente el mecánico y me miró con poca gana –Se supone que la golpees para dar ritmo

-Sí, y así podemos lanzar finalmente una banda, para eso los traje, para eso te pedí que arreglaras la batería- dijo Exequiel con una tarjeta en la mano –Mi hermano consiguió unos minutos de espacio en el concierto de las cloacas, seriamos los primeros en tocar música con instrumentos en más de cien años- Se le decía concierto porque se escuchaba música, pero en realidad era un grupo de gente que se reunía a escuchar viejos aparatos marchitos de audio que encontraban en la basura.

-Estás loco- dijo el mecánico acercándose a su invento – Nos matarán si nos descubren, y tus músicos, solo digamos que no están hechos para vivir en las cloacas, el más alto usa chaleco de Ralph Lauren  y el más bajo, simplemente no tiene la actitud.

-Eso lo agarrará con la práctica, ya está tocando bien- defendió el precursor de la idea –No tenemos que estar hechos para la música, tenemos que hacer nuestra la música ¿no me dijiste eso un par de años atrás?



lunes, 1 de julio de 2013

La sordera del mañana, Parte 3

SEGUNDA PARTE DEL DÍA DEL TERCER ACORDE

He odiado ir Viña del Mar desde la primera vez que la vi, me gustaría que se sintiera alguna brisa repentina como hay en Concón los días de niebla pero como está esa pared gigantesca en la costa, una edificación que instalaron cuando mis papás eran jóvenes para que nadie pudiera escaparse en balsa ni llegar por el pacífico. 

La ciudad no es solo gris sino que un invernadero de continuos 30º Celsius  entre cubos de cemento recién construidos sobre los que según mi abuela antes eran hermosas avenidas turísticas con árboles, iglesias (sean lo que sean), casas antiguas, carretas de caballos entre los automóviles, plazas inmensas y un clima ideal.

 Ahora es aún más gris que mi barrio, tanto, que sólo he ido un par de veces en el año porque tenía una visita al doctor y para firmar los papeles de derecho escolar. Si tuviera que imaginar un lugar peor que Viña es Valparaíso aunque nunca he llegado tan lejos, he escuchado de varios compañeros de educación física que ahí se comen a los perros callejeros porque todos viven en pobreza y que la pared de la costa es aún más grande porque antes solía ser un puerto muy importante, que no hay nada más que el refugio de un par de bohemios que viajan sin tarjeta y son buscados por la policía, que hay contaminación y un montón de detalles que me hacen recordar que yo podría estar peor.

-Aquí nos bajamos- dijo Exequiel tocando el timbre de la micro, la que se detuvo en el paradero de Arlegui para comenzar la cuenta regresiva de nuestro descenso.

Tras una pequeña feria artesanal en calle Valparaíso hay un callejón con varias puertas que no deberían dar a ningún lugar que me incumbiera. Cuando el sujeto al que conocía desde hacía media hora abrió una puerta de metal y bajó por una escalera oscura al fondo del subsuelo del antiguo metro ya casi había perdido completamente el interés en cualquier contacto con lo que llamaban música. 

Los detalles del pasillo oscuro son solo discernibles por las grietas de la calle que actúan como tragaluz, no parecía que nada más que un par de graffitis completaran el esquema que siempre me había hecho de aquellas vías del metro. Sin embargo, después de caminar alrededor de 10 minutos, mis oídos detectaron un par de voces normales, charlando a un tono neutro tras una curva del laberinto. 

Eran sucios, increíblemente sucios, con ropas viejas y ennegrecidas, barbas largas y canosas, casi como vagabundos, no creo que sea necesario acotar que sus caras no me inspiraron una pizca de confianza ni que en ese minuto Tampier (que venía de una casa donde su interacción con la “caridad” era invitarme a almorzar) llevaba una cara de asco y miedo que hubiera sido digna de una instantánea digital.

-Te dije que no trajeras más gente- dijo el más viejo ubicándose en medio del pasillo para bloquea nuestro paso
-Y luego te quejas de que no viene nueva mercancía- respondió Exequiel –No estaremos mucho tiempo
-Mientras no vengan de turistas no veo el problema de que pasen- le dijo el otro y tomó una caja
de comida china algo rancia para meter la mano y sacar los últimos residuos comestibles mientras nos hacía gestos de libre paso.

Las ratas que correteaban eran pateadas fuera del camino por la gran masa de comerciantes que había detrás de la curva de la alcantarilla, me atrevería a decir que habían más de cien “locales” vendiendo sus productos, encima, cientos de personas comerciando. 

Sólo nos quedaba seguir a nuestro guía suburbano, quien nos había advertido “No miren a nadie a los ojos o serán obligados a comprar”. En la quinta fila, había una tienda algo más formal, hecha con sacos de harina viejos, con pantallas digitales que mostraban una serie de números y dibujos que me costó un rato diferenciar pero que mostraba las ventas, compras, lugares disponibles, policías rodantes  y una lista de los objetos “más buscados” con un precio que cada local estaba dispuesto a pagar por éste. Exequiel se acercó al estante siendo directo al oído del dueño, quien sonriendo me miró y asintió con la cabeza, dejó a su asistente a cargo, y comenzó a liderar nuestro grupo en un tenebroso silencio mientras con una escoba limpiaba a las ratas que no dejaban de arrastrarse por su camino. Acabamos en un local algo abultado, repleto de aparatos eléctricos que no parecían funcionar y que seguramente debían tener entre cien y doscientos años como mínimo.

-¿Tienes una pistola nueva?- me dijo el dueño de la tienda, un hombre alto de voz firme que no me dejaba ver su rostro.
-Una M1911, nuevecita- dijo Exequiel quitándomela de las manos –Pagabas cien mil pesos por una
-Una intacta- dijo corrigiéndolo cortantemente –con papeles

Yo abrí los ojos con pavor, ¿Con papeles?, no tenía siquiera la intención de venderla bajo tierra y ese vagabundo me estaba pidiendo los documentos legales, la tinta aún no se enfriaba de lo frescos que estaban, de mis labios solo se escaparon un par de palabras carentes de reflexión.
 –Tengo los papeles en la mochila


La transacción se hizo en menos de cinco minutos, el hombre se había quedado con mi regalo de cumpleaños y ahora, yo ya en mi casa tenía en mis manos una mohosa pieza de dos partes con cuerdas tensadas por el mismo Fuenzalida, quien tenía una propia desde que sus padres se la compraron a los diez años, cuando escuché esa anécdota, lo único que pensaba era cómo seria tener una familia liberalizada. 

Fue impactante descubrir que uno de los vagabundos de la puerta era el tío menor del chico nuevo, y que desde que era pequeño había vivido entre las alcantarillas y el submundo de anti sistemáticos que se escondían para practicar no sólo música sino todo lo que estaba estrictamente prohibido por la ley. Entendí en ese momento, frente a la vieja guitarra, que lo que Exequiel quería, y la razón por la que soportaba mi ignorancia musical era porque todo el mundo que había visto esa tarde escondido bajo la gran ciudad estaba formado por personas que habían sido aplastadas por la ley y que no se atrevían a salir, personas que le habían dicho inmediatamente que no a la loca idea que había diseñado, el niño nuevo quería mostrarle al mundo real la música, y necesitaba de una banda, gente con el historial limpio, personas como yo o Tampier.

-Cenamos en catorce minutos y treinta segundos, Cenamos en catorce minutos y veintitrés segundos- escuché la voz de mi madre sonar en el transmisor de pistas de audio que estaba conectado a mi pieza, tenía poco tiempo, así que guiado por mis dedos, comencé a probar mi instrumento: Un Am ("La" menor), que logré viendo la primera foto que Fuenzalida me había entregado, Un G ("Sol"), de un dibujo que había encontrado en el subsuelo, juntos no sonaban tan mal, pero sentía que algo le faltaba, un elemento sorpresa, “Debe haber algo que los una” dije en voz baja mientras el contador me recordaba que me quedaban solo cinco minutos.

 Había otro papel en el estuche, una foto de un hombre vestido de indigente -en la realidad no es un indigente, es el estilo que él eligió- pensé impactado al ver la guitarra que sostenía como si fuera una extensión de su brazo ya que en lo profundo de mí quería lograr esa soltura con mi nueva adquisición. Un Fa, ese era el acorde que estaba haciendo, y lo logré en cosa de minutos. No podía juntarlos, no debía hacerlo, era ilegal, pero mi curiosidad fue más fuerte, en un minuto toqué las tres notas, justo cuando logré articular ese Fa, ese tercer acorde, la alarma de mi habitación sonó resonante, debía ir a cenar.