viernes, 7 de diciembre de 2012

Muerte en la rivera del Urbe

Este texto fue publicado en la antología narrativa sudamericana "Una mirada al sur 2012" bajo el mismo nombre, pero hoy se los traigo como un adelanto a la reactivación de mi trabajo, tengo muchos textos que publicar, espero que éste les agrade.


Un grito en la oscuridad era la única evidencia ¿Cómo se había dado una situación así?, con el aliento congelado me preguntaba por qué no me había puesto la chaqueta que mi mamá tanto me había insistido que trajera a Valparaíso, mis dedos temblaban y la sombra que doblaba la esquina comenzaba a apagar el cigarrillo ensangrentado, ese que siempre aparecía sin ningún rastro humano más que la sangre del cadáver de cada macabra escena.
Lo llamaban el demonio del puerto, y se comentaba que era un fantasma cuyo mayor atributo era desaparecer, que medía dos metros, que sus ojos de iris rojos eran lo único que se distinguía en las sombras de las esquinas menos iluminadas de la ciudad de Valparaíso. Frente a la victoriana y deteriorada casa de empeño su metro setenta de altura y sus ojos pardos que destacaban sobre su traje, su camisa y su corbata de político aterrorizaban más que la leyenda que los seguía.
Estancada en la lluvia no distinguía mis lágrimas de miedo con las gotas que el cielo lloraba para la víctima del demonio, ¿Quién había sido el muerto?, veía una bota negra sobresalir de la esquina y un pie esmaltado de carmesí mas lamentablemente no podía hacer nada por la desgraciada ya que en el frío de la noche lo que me importaba era no ser vista por la bestia, ese hombre que se alejaba mientras tiraba la colilla hacia el cadáver. Solo deseaba que no me hubiera visto, aunque lo que en verdad ya quería era despertar, dejar de estar sola bajo la lluvia en el paradero de calle Brasil, mirando a mis espaldas, buscando un teléfono, un alma, un auto que se detuviera de su ajetreada rutina para ayudarme, pero a nadie parecía alterarle mi estado. “¿A viña?” sonó de repente la voz del robusto conductor del bus con la puerta abierta y cara de prisa, mi  respuesta temblorosa y entre lágrimas no lo conmovió en lo absoluto, no tenía voz ni palabras y simplemente me senté en el fondo tratando de encontrar, ya estabilizada, el celular de mi chaqueta en mi negación de entender que mi ésta se encontraba colgada en el perchero de mi casa. “a Viña por favor” escuché una calmada voz al frente del vehículo que me miraba con seriedad, nunca olvidaría esos ojos, no solo me había visto, me había seguido y venía a matarme. Sin opciones intenté dejar de llorar, mientras lo veía caminar hacia mí y sentarse convenientemente a mi derecha.
-Espero que estés lista- dijo sin voltear su mirada mientras yo intentaba captar la atención de los demás pasajeros sin ningún resultado, no salían palabras de mi boca -¿Ya te diste cuenta?- continuó con su escalofriante monologo al notar que mi reacción era suficiente respuesta –Sé a que viniste a la ciudad, sé que tienes en el bolsillo, tu sabes que te lo mereces- dijo sacando un cigarrillo de su pantalón –tú mamá no se merece lo que le estas haciendo, dos meses para que su desahucio este completo y tu ya has hecho todos los papeles por su herencia y no te importa quien pierda, no dejas nada para tus hermanos, todo para ti ¿Ya te diste cuenta?- Mi estómago se contrajo con pavor, viré la vista hacia los cerros preguntándome cómo es que mi asesino sabía del testamento de mi mamá y sin pensarlo me levanté a detener el vehículo mientras trataba de gritar por ayuda y sin embargo nadie me volteó la vista, todos estaban mirando sus relojes, sus trabajos en vela, el camino o las gotas de lluvia que caían en las ventanas, yo era un fantasma invisible.
Me baje como pude y corrí hacia el muelle entre las recién fabricadas riberas de aguacero  que escurrían por las calles, pero mi verdugo era rápido y me detuvo con solo un brazo –No soy de quien corres- dijo sin cambiar de tono su voz de ultratumba, mis ojos estaban ya rojos por la sal de mis lágrimas y no quería más que gritar –A tu asesino ya volverás a verlo alguna vez, ahora te vuelvo a preguntar ¿Ya te diste cuenta de que hablo o debo señalarlo con mi cigarro?- Y con el desgarro de mi alma pude verlo también, al virar mi vista hacia el suelo, a la acera, a mis pies, la ausencia de una de mis botas y el carmesí protegiendo mis malformadas uñas –Sí, ya me di cuenta- pude decir al fin y me encontraba de la nada frente a mi verdadero asesino, de dos metros y ojos sanguinarios, nunca lo había visto en mi vida pero se alejaba hacia los cerros mientras las chaquetas verdes corrían tanto a mi cuerpo como en búsqueda del demonio que ya había desaparecido en las colinas de la urbe. En mi mano, el testamento, listo para ser entregado y manchado con la sangre de mi garganta. Detrás de mí, mi verdugo, el empleado y mensajero de la muerte esperaba a que me resignara de la vida encendiendo un último cigarrillo para marcar una más de las almas que había recolectado ese día –Ya debemos irnos- dijo y todo comenzó a volverse oscuro. Por última vez miré a los cielos y pensé lo grises que podían ser los cerros de Valparaíso cuando nadie se detenía a ver su color.