miércoles, 6 de agosto de 2014

Lo infinito del tiempo ¿Quién es Sascha Hannig? por Javiera McNiven

Día lunes, necesitaba concretar esta entrevista lo antes posible. Me habían hablado de ella, sabía que era una joven muy ocupada y por lo mismo, no sabía que esperar. 

"¿Aló?", me contestó sin hacerme esperar. Sentí una voz dulce. "No sé cuándo te acomoda, yo me organizo para cuando estés disponible", le dije intentando ser flexible para lograr este encuentro lo antes posible. "Cuando quieras, ¿hoy puedes?" y en menos de cinco minutos tenía que correr a la ducha para llegar a la improvisada cita. 

Sabía que escribía, sabía que trabajaba en la Federación de la Universidad Adolfo Ibáñez y más que eso... no sabía. Mientras esperaba su llegada (a las dos de la tarde, tal como habíamos acordado), abrí mi computador, saqué mi libreta e hice una rápida investigación por internet sobre ella, Sascha Hannig. Mientras navegaba por distintos portales, me di cuenta que era más de lo que pensaba. 19 años, cuatro libros, tres de ellos publicados, uno en camino; entrevistas, cortos y quién sabía cuánto más iba a encontrar. Hasta que una llamada interrumpe mi búsqueda. 

"¿Javi, dónde estás?", primero levanté la mirada, luego un brazo, agite mi mano y me reconoció rápidamente. El reloj marcaba las 14.05 horas. El encuentro fue en su universidad y al parecer la hora escogida fue aquella en que la mayoría de los estudiantes usan para hacer una pausa y almorzar, por lo que muchas personas parecían rodearme. Con un par de ejemplares del diario la Estrella de Valparaíso en su mano, un vestido verde y una amplia sonrisa me saludó. "¡Mira salí en el diario!", me comentó sin conocerme, sin esconder su emoción. Acercó una silla y se instaló junto a mí. De inmediato se dio una conversación sin tapujos. 

"Quiero saber de tu familia" comencé. Sin dejar más tiempo correr, dejó fluir las palabras, historias y recuerdos.

Los cambios han marcado su vida. Su historia de viñamarina comenzó hace 11 años. Dejó su huella literaria en tres colegios de la ciudad. Su padre falleció hace un par de años, pero no escarbamos en ello. Su madre deportista y su hermano, quien sueña con ser cadete naval, acompañan sus días. La independencia la define, sus raíces alemanas aún se mantienen fuerte y arraigadamente. "Como que cada uno anda por su lado, pero siempre ha sido así, desde chicos". Las letras siempre han sido sus fieles compañeras. Aprendió a leer y escribir antes de lo normal gracias a su tía Toto. Al hablar de ella, me hace imaginar una mujer cálida, cariñosa y con gran instinto maternal. Su amor parece traspasar lo espiritual. Parece que los momentos vividos con aquella mujer la emocionan mientras los rayos del sol traspasan con fuerza sus lentes Ray-Ban que intentan proteger su mirada.  

De pronto se acercó un amigo, parecen ser cercanos "¡Saliste súper bien!", felicitándola por su entrevista en el diario del día, una de tantas que se suma a su carrera literaria.  Ella con una amplia sonrisa lo abrazó y le agradeció. Luego de esta interrupción, nuestra conversación siguió su rumbo. El alboroto que había en el lugar, marcado por el ambiente universitario en el que estábamos, guardaba gritos de jóvenes que aprovechaban sus abreviados minutos de recreo y relajo en su larga jornada conversando, jugando ping-pong o taca-taca. También sus risas se hacían parte del ambiente, mientras que podía oler un aroma que mezclaba un sinfín de almuerzos de aquellos estudiantes. Pero esto no parece ser un distractor para Sascha, la paz y relajo con que continúa narrando su vida e historias sopesan este torpe ambiente. Su vestido verde acompañado de un colgante de piedra que abraza su cuello refleja esta tranquilidad, esta misma con la que me cuenta sus días y narra sus historias que han dado vida a cuatro escritos en los que plasma su imaginación, esfuerzo, tiempo y amor.

El tiempo no parece ser un problema. Su risa la acompaña en cada minuto, para lo que no hay tiempo es para perder y no aprender. Trabajo, una palabra que conoce desde los 15 años y que le han dado los medios para la publicación de sus novelas. Su vida parece tener más años de los 19 que ha vivido. Su pensar refleja su pasar. No hay vida ni logros sin esfuerzo, tal como sus raíces se lo han impuesto. Su jornada es larga, pero la disfruta. Ser estudiante, ayudante, novelista, columnista, hija, hermana, amiga... no parece ser fácil ni común a esta edad, pero esto no la hace sentir distinta a los demás. "Hago muchas cosas por gusto, he sabido acomodar mis tiempos además las puertas se han ido abriendo solas" Sólo pude imaginar mi vida, cómo el ocio consume mi tiempo, sin poder tomarlo, usarlo ni manejarlo. Sascha, tiene esa habilidad, ese control envidiable que cualquier ser humano querría para cumplir al cien en todos sus roles. "¿Mis amigos?, nunca les digo que no, o casi nunca. A veces la gente cree que no salgo, que no veo los partidos, pero siempre tengo tiempo para mis amigos".   


La cara de cuica


Y es pura casualidad estar en una universidad que está marcada por el prejuicio de los a veces llamados -despectivamente- cuicos. Sascha no parece ser la excepción a primera impresión, ni a segunda... basta con preguntarle ¿cuál es tu nombre?, su pelo rubio, finas facciones, su iphone en la mano además sus audífonos conectados a su ipod, responden a todo lo que entendemos por la fina selva  denominada Adolfo Ibáñez. Reconocerlo es el primer paso, responder a ello el segundo. Pero Sascha rompe con esto "Claro me podí ver rubia y todo, pero tengo la pura cara de cuica", siguiendo el ejemplo de Daniela Aránguiz, quien no dejó a nadie indiferente con esta frase.

 Y es que además de su nombre y aspecto se apoya de dónde nos encontrábamos. Sólo se podían ver cabezas rubias y cuerpos tonificados. El pasillo que se formaba a un costado de nuestra mesa era una pasarela, por donde desfilaban jóvenes tapizados en prendas y accesorios Nike, Zara, The North Face... y quizás cuantas marcas más que no pude reconocer. Parecen ser uno de los requisitos para entrar y ser parte de este lejano mundo que ve desde arriba la ciudad de Viña del Mar. Es fácil confundir a Sascha. Tiene todo, pero a la vez nada y en dónde más se nota es en el tiempo. Una vuelta del reloj o un viernes por la noche no significa lo mismo para ella que para cualquier compañero que la rodeaba en esta mesa. 

"Soy una ñoña, pero no por eso tengo que andar con los pantalones arriba de la cintura" y es que entre salir a bailar a Scratch, el boom de la noche viñamarina, ella baila con las palabras que fluyen por su lápiz. Trabajar no parece ser una tortura, sino un regalo, una inversión a largo plazo, lo que le da los medios para seguir publicando aquellas obras que nacieron de su mano. Sus tres ayudantías son más bien un regalo en forma de aprendizaje para sus alumnos. Sus amigos con quienes acompaña sus días y su tiempo... donde juega, aprende y saca a volar sus pensamientos. 


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