Se ha activado la pista de audio 8, Reproduciendo:
El ruido agudiza el miedo, no se distinguir entre un pájaro y un
cazador armado, no quiero ser un premio, no quiero ser la estrella de metal que
estará en la chaqueta de algún deportista, tengo que salir del arbusto de
moras, correr al bosque o al río y rezar porque nadie me vea. Es raro que hace
algunos meses hubiera dado todo para hacerme notar, ahora ya no importa, todo
se arruinó. Sergio, si me encuentran y sigues vivo para escuchar esto,
recuerda, “no se puede alcanzar el cielo pisando las nubes”
Capítulo 4: A veces se gana, a veces se pierde.
Una semana, eso fue todo lo que
necesitamos para terminar nuestra primera canción, estaba básica, tenía solo
cuatro acordes pero aun así no se había visto algo igual en siglos “pero no
tiene nombre” discutíamos constantemente a medida que se acercaba la fecha
límite, simplemente no había forma de nombrar algo que para nosotros era tan
desconocido, y ese no era el último de los problemas.
La baja en mis notas
había hecho que la “voz” alertara a mis padres, y las radios de la casa habían
comenzado a repetir constantemente “El
alumno Diego Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez
que sus notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar, El alumno Diego
Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez que sus
notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar”.
Mi padre se volvió
loco después de los primeros dos días, mi hermano, que no pasaba mucho en casa
me vigilaba como un sabueso cada minuto que me tenía a la vista y tuve que
faltar a varias prácticas por eso, mas nada impidió que llegara el sábado y que
escabulléramos las partes de la batería a la cloaca donde los vagabundos habían
abierto un par de caminos al espectáculo, un gran mesclador cromado, algo
oxidado y artesanal de por lo menos dos metros de ancho ocupaba la mayor parte
del escenario.
Ahí detrás nos hicieron instalar nuestros instrumentos e
inventos para tener nuestra primera oportunidad. No puedo estar seguro de que
sabía que estaba haciendo, pero estaba convencido de que era lo que quería,
además, era la primera vez que haría algo para lo que sentía que era bueno en
frente de gente real, no de un espejo o un robot sociabilizado. Me preocupaba aun
el mecánico, no lo conocía bien, y no sabía lo que era su batería, me dijeron
que estaba listo, pero algo en mi lo dudaba con descaro.
Me acerqué hacia el encargado de
colocar la música, un hombre alto que miraba su máquina con psiquiatría
mientras movía tuercas y tornillos. Pude notar un par de cosas interesantes,
como los cables de colores que salían hacia los parlantes y las cajas con
diferentes entradas para aparatos arcaicos como DVD’s, USB’s e incluso cintas
magnetizadas de sonido según me explicó el técnico cuando le pregunté. Intenté
entender que eran las siglas, pero simplemente me dediqué a ver los artefactos
desde cerca, jamás en mi vida había estado siquiera cerca de tales
ilegalidades, algunos cuadrados, otros redondos, otros del tamaño de mi dedo
pulgar y otros que doblaban la superficie de mi cabeza.
-¿Qué tanto miras?- escuché la
voz del hombre alto -¿Nunca habías visto una músico?
-Nunca- mi respuesta pareció
sorprenderlo, no tenía más que agregar que una sonrisa ingenua, y el
maquinista, con un tono de seguridad se movió un par de pasos a la izquierda y
me invitó a ver el aparato más de cerca, pero no tocarlo.
-Estos controlan la canción que
viene, estos modulan los bajos y los volúmenes, este de aquí distorsiona el
sonido…- comenzó a enumerar las partes de memoria, corroborando mi hipótesis
sobre su estado psicológico en relación con su máquina, una vez que terminó
volvió a su trabajo y me volvió a ignorar por lo que fui a refugiarme con la
banda, la que ya tenía instalados todos los instrumentos, afinados y listos
para tocar.
-Y si les gustó esa pieza de- el
narrador hizo una pausa para leer su memorándum -Un tal "Nirvana", amarán lo que
viene. Una banda real, por primera vez en cientos de años, escucharán música de
las manos de los creadores, denle un aplauso a… ¡Intrusos suburbanos!
No había
forma de que odiara más ese nombre, pero como solo habíamos tenido un par de
minutos para escogerlo no estaba ni en la posición ni en la situación para
discutirlo. Exequiel levantó las manos y cerró los ojos, como buscando una
respuesta en sí mismo que nadie más podría contestarle, yo por mi parte no
podía dejar de temblar al encontrarme desde mi rincón, siendo observado por
cientos de personas que esperaban la situación oportuna para criticar, gritar y
atacar.
Los aplausos mitigaron mis malas
expectativas, nunca había logrado nada
por mi mismo, me empeñaba en transformar cada segundo de esos efímeros
momentos de éxito, habíamos logrado un nombre, hasta el baterista de quien
desconfiaba había lucido su mejor técnica.
Nadie del público había oído jamás
música real, al punto que el mezclador de pistas que me había mirado con un
aire de burla ahora se encontraba shockeado por los platillos del invento del
mecánico. Estaba claro que nos querían de vuelta, y no solo eso, el mezclador
se acercó a nosotros y nos propuso usar su máquina para grabar y difundir la
música “Tengo un montón de cintas en blanco que nunca supe en que gastar,
podríamos masificarlos a Santiago y al sur”.
Así comenzó el salto a la fama, de
ese día a la semana siguiente ya teníamos no solo esa oferta, sino que en mi
colegio se había esparcido el rumor de una banda a la antigua que se había
formado bajo la ley estaba tocando, aun no se sabia bien quienes eran los
músicos misteriosos que pretendían salir a la fama en contra de lo que la ley
absoluta estipulaba.
-El vocalista nació bajo tierra y nunca fue marcado con un
número de serie, el baterista perdió la memoria, el bajista surgió de la nada y
el guitarrista, es como si lo hubieran traído del siglo antepasado- las
leyendas urbanas y los comentarios variaban, nos sentíamos como fantasmas, me
atrevería a decir que como dioses y esa mañana en la que desperté con un
horrible dolor de cabeza debido al alcohol que habíamos logrado conseguir
después de tocar en un espacio de la cloaca, no había dormido en mi casa pero
mis padres creían que estaba donde Tampier haciendo una tarea de historia para
la que nos habíamos atrasado (La verdad ya estaba acabada y predispuesta en mi
carpeta electrónica).
Con mucho cuidado me levanté, caminé hacia la escalera y
me vi en medio de la noche en la turbia ciudad del concreto, alguna vez llamada
la ciudad del mar. El taxi a casa me costó la paga de toda la noche, sin
embargo no podría nunca completar su tramo, sentía un frío en los huesos que no
era provocado tanto por el clima sino por un malestar en la boca del estómago.
Luces platinadas y enrojecidas iluminaban toda la cuadra anterior a mi casa,
debieron ser por lo menos doce radio patrullas esperando parsimoniosamente a
cada lado de la calle. Bajé del vehículo con la frente baja y desvié la mirada
hacia mi casa. Mis padres discutían con un carabinero que llevaba una caja
metálica en las manos, sin embargo no lo dejaban pasar a la casa y al verme
avanzar por la calle entre los automóviles luminosos detuvieron sus gritos y se
quedaron impactados por mi aspecto algo demacrado.
-Guito- dijo mi madre en voz
baja y mi padre miró al carabinero mientras este encendía la caja metálica.
-Tu
brazo- me ordenó el uniformado, yo inserté mi mano en la máquina y esta comenzó
a tintinear “El alumno Diego Sepúlveda
Verdugo se presenta con la identificación de A-33” escuché la femenina voz
que tanto odiaba, otro carabinero se acercó al hombre de la caja esperando
órdenes “Es él” dijo señalándome y la caja de metal atrapó mi mano.
-¡Déjelo!- gritó mi padre mientras mi madre me sostenía la espalda, entramos a la casa
seguidos de tres uniformados, cada uno más agresivo que el anterior.
-Guito, ve
a buscar tu pistola- dijo mi madre casi llorando, mi padre la sostuvo unos
segundos mientras yo colapsaba del terror que me había causado esa orden, no
reaccioné y me quedé viendo a mis padres con los ojos impregnados en miedo
-¿Qué pasa guito? Tráela para que vean que todo es un malentendido- dijo mi
padre, y al ver que no respondía mi madre entró en llantos desesperados -Dime
que no es verdad, dime que no ¡DIEGO!-
El carabinero se acercó a mí y por
primera vez me miró a los ojos -¿Sabes lo que has hecho?-
Nicolás bajó la
escalera con un aire de desilusión mientras mi madre se lanzaba al sillón para
llorar
-No solo no la tiene, sino que encontré esto en su habitació-” dijo
lanzándome una cinta de audio en la cabeza con tanta fuerza que éste acabó
partiéndose en dos, hiriéndome la frente -Tiene CD’s, cintas magnéticas,
cuerdas de guitarra-, Mi madre dejó inmediatamente sus lágrimas para mirarme
con rabia
-¿Así que todo esto es por la música?-
La caja metálica comenzó a
brillar
-Son pruebas suficientes, llévenselo
-Se le acusa de matar a la
fallecida, desechar el arma, y huir.
¡Muerta! y por mi culpa. Era todo lo que pensaba al ver las imágenes de Isi, aquella linda chica de mi escuela, tirada en medio de calle Valparaíso con una bala en la sien.
¡Muerta! y por mi culpa. Era todo lo que pensaba al ver las imágenes de Isi, aquella linda chica de mi escuela, tirada en medio de calle Valparaíso con una bala en la sien.
-Así que tú
no la mataste, pero la conocías y fue asesinada con tu arma- dijo el fiscal
señalando las imágenes. Podía admitir que la había matado, una persona menos no
era tan grave, sin embargo no quería hacerlo, había algo en mí que lo impedía.
-Vendí el arma hace meses, el mismo día de mi cumpleaños- Se la había vendido a
la escoria de la sociedad y con los papeles, donde cualquier loco pudo haberla
comprado y haberse aprovechado de ésta, esa explicación complació al juez, sin
embargo el fiscal no se detuvo
-Primero que nada eso es ilegal, y segundo ¿podrías
decirle a todo este público que compraste con ese dinero?, ¿drogas?
Sonreí al
mirar a mi hermano, nunca lo había visto más decepcionado o más impresionado de
no saber exactamente que había estado pasando en mi vida los últimos meses.
-No, una guitarra-, todo el tribunal se quedó mudo, mi hermano se levantó agresivamente de su puesto en las butacas como si fuera a dispararme y permaneció mirándome fijamente a los ojos casi diciendo
-No, una guitarra-, todo el tribunal se quedó mudo, mi hermano se levantó agresivamente de su puesto en las butacas como si fuera a dispararme y permaneció mirándome fijamente a los ojos casi diciendo
-Lo supe desde un
principio- entendí que estaba frito, Tampier lo demostraba en su expresión
desde las gradas, justo entre sus padres que lo sostenían mientras me lanzaban
miradas de odio. Cuestionar a un adulto que no lo haya permitido antes, intoxicarse hasta perder el conocimiento, cruzar la línea del tren y comprar un instrumento musical, cuatro simples
reglas que no debían romperse, tres simples violaciones al sistema de mi parte.
-Soy el guitarrista de esa banda misteriosa que escribe canciones y de la que
todo el mundo ha estado hablando, pero no maté a esa niña- El juez ordenó un
par de papeles en su escritorio.
-Si hubiera sido tú, hubiera confesado la
muerte, una persona muerta vale menos que cien personas corrompidas, te daré
una oportunidad para que me digas el nombre del resto de los integrantes de la
banda.
Yo negué con la cabeza, era mi culpa, no la de Tampier, ni Fuenzalida
ni menos del mecánico -La ley establece que ninguna persona puede generar
música de más de dos tonos que no hayan sido aprobadas previamente, y estas
cintas contienen un poco más de eso.- dijo con un tono de duda en su garganta,
mi hermano, que aún no se sentaba alzó la voz. -Por Dios su señoría, espere, ya
no es un niño y razona, sé que debe ser condenado pero- hizo una pausa y su voz
cambió de misericordia a seriedad -yo te lo dije Guito, la música no había
matado a nadie aún- sus ojos estaban repletos de rabia, decepción y miedo, como
si librara una batalla consigo mismo.
-Nicolás Sepúlveda Verdugo, te ordeno que
te calles, tal como hice contigo cuando te levantaste contra ese policía,
aplicaré la ley, eso a ti te reformó- volteó la vista mí -has roto más reglas
de las que yo puedo memorizar, por lo tanto te condeno a la zona de caza libre
por una semana- nadie había sobrevivido más de setenta y dos horas con el frío,
la humedad, y los perdigueros, según escuché alguna vez a mi madre, mi hermano
había recibido un balazo en la canilla y su novia Melissa no había durado las
24 horas.
Ahora me tocaría cosechar lo que yo mismo había plantado, tenía
veinticuatro horas para recoger mis cosas y en 48 horas el camión nos llevaría
a los reclusos a la zona roja, Tampier se acercó llorando a mí mientras
caminaba fuera de esa oscura habitación.
-No tenías que hacerlo tu solo, no vas
a durar una semana ahí- su voz estaba plasmada de pánico, yo puse mi mano en su
espalda con un nudo en la garganta.
-No planeo hacerlo- mientras nos alejábamos
de la masa hice una pausa y le di un apretón manos
-Entonces supongo que éste
es el Adiós- y así concluía mi discurso de rendición, firmado con una sonrisa.
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