lunes, 15 de julio de 2013

La sordera del Mañana, Parte 5

Se ha activado la pista de audio 8, Reproduciendo:
El ruido agudiza el miedo, no se distinguir entre un pájaro y un cazador armado, no quiero ser un premio, no quiero ser la estrella de metal que estará en la chaqueta de algún deportista, tengo que salir del arbusto de moras, correr al bosque o al río y rezar porque nadie me vea. Es raro que hace algunos meses hubiera dado todo para hacerme notar, ahora ya no importa, todo se arruinó. Sergio, si me encuentran y sigues vivo para escuchar esto, recuerda, “no se puede alcanzar el cielo pisando las nubes”

Capítulo 4: A veces se gana, a veces se pierde.

Una semana, eso fue todo lo que necesitamos para terminar nuestra primera canción, estaba básica, tenía solo cuatro acordes pero aun así no se había visto algo igual en siglos “pero no tiene nombre” discutíamos constantemente a medida que se acercaba la fecha límite, simplemente no había forma de nombrar algo que para nosotros era tan desconocido, y ese no era el último de los problemas. 

La baja en mis notas había hecho que la “voz” alertara a mis padres, y las radios de la casa habían comenzado a repetir constantemente “El alumno Diego Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez que sus notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar, El alumno Diego Verdugo tiene la obligación de estudiar dos horas diarias, una vez que sus notas suban cinco puntos este mensaje dejará de sonar”.

Mi padre se volvió loco después de los primeros dos días, mi hermano, que no pasaba mucho en casa me vigilaba como un sabueso cada minuto que me tenía a la vista y tuve que faltar a varias prácticas por eso, mas nada impidió que llegara el sábado y que escabulléramos las partes de la batería a la cloaca donde los vagabundos habían abierto un par de caminos al espectáculo, un gran mesclador cromado, algo oxidado y artesanal de por lo menos dos metros de ancho ocupaba la mayor parte del escenario. 

Ahí detrás nos hicieron instalar nuestros instrumentos e inventos para tener nuestra primera oportunidad. No puedo estar seguro de que sabía que estaba haciendo, pero estaba convencido de que era lo que quería, además, era la primera vez que haría algo para lo que sentía que era bueno en frente de gente real, no de un espejo o un robot sociabilizado. Me preocupaba aun el mecánico, no lo conocía bien, y no sabía lo que era su batería, me dijeron que estaba listo, pero algo en mi lo dudaba con descaro.

Me acerqué hacia el encargado de colocar la música, un hombre alto que miraba su máquina con psiquiatría mientras movía tuercas y tornillos. Pude notar un par de cosas interesantes, como los cables de colores que salían hacia los parlantes y las cajas con diferentes entradas para aparatos arcaicos como DVD’s, USB’s e incluso cintas magnetizadas de sonido según me explicó el técnico cuando le pregunté. Intenté entender que eran las siglas, pero simplemente me dediqué a ver los artefactos desde cerca, jamás en mi vida había estado siquiera cerca de tales ilegalidades, algunos cuadrados, otros redondos, otros del tamaño de mi dedo pulgar y otros que doblaban la superficie de mi cabeza.

-¿Qué tanto miras?- escuché la voz del hombre alto -¿Nunca habías visto una músico?
-Nunca- mi respuesta pareció sorprenderlo, no tenía más que agregar que una sonrisa ingenua, y el maquinista, con un tono de seguridad se movió un par de pasos a la izquierda y me invitó a ver el aparato más de cerca, pero no tocarlo.
-Estos controlan la canción que viene, estos modulan los bajos y los volúmenes, este de aquí distorsiona el sonido…- comenzó a enumerar las partes de memoria, corroborando mi hipótesis sobre su estado psicológico en relación con su máquina, una vez que terminó volvió a su trabajo y me volvió a ignorar por lo que fui a refugiarme con la banda, la que ya tenía instalados todos los instrumentos, afinados y listos para tocar.

-Y si les gustó esa pieza de- el narrador hizo una pausa para leer su memorándum -Un tal "Nirvana", amarán lo que viene. Una banda real, por primera vez en cientos de años, escucharán música de las manos de los creadores, denle un aplauso a… ¡Intrusos suburbanos!

 No había forma de que odiara más ese nombre, pero como solo habíamos tenido un par de minutos para escogerlo no estaba ni en la posición ni en la situación para discutirlo. Exequiel levantó las manos y cerró los ojos, como buscando una respuesta en sí mismo que nadie más podría contestarle, yo por mi parte no podía dejar de temblar al encontrarme desde mi rincón, siendo observado por cientos de personas que esperaban la situación oportuna para criticar, gritar y atacar.


Los aplausos mitigaron mis malas expectativas, nunca había logrado nada  por mi mismo, me empeñaba en transformar cada segundo de esos efímeros momentos de éxito, habíamos logrado un nombre, hasta el baterista de quien desconfiaba había lucido su mejor técnica. 

Nadie del público había oído jamás música real, al punto que el mezclador de pistas que me había mirado con un aire de burla ahora se encontraba shockeado por los platillos del invento del mecánico. Estaba claro que nos querían de vuelta, y no solo eso, el mezclador se acercó a nosotros y nos propuso usar su máquina para grabar y difundir la música “Tengo un montón de cintas en blanco que nunca supe en que gastar, podríamos masificarlos a Santiago y al sur”. 

Así comenzó el salto a la fama, de ese día a la semana siguiente ya teníamos no solo esa oferta, sino que en mi colegio se había esparcido el rumor de una banda a la antigua que se había formado bajo la ley estaba tocando, aun no se sabia bien quienes eran los músicos misteriosos que pretendían salir a la fama en contra de lo que la ley absoluta estipulaba. 

-El vocalista nació bajo tierra y nunca fue marcado con un número de serie, el baterista perdió la memoria, el bajista surgió de la nada y el guitarrista, es como si lo hubieran traído del siglo antepasado- las leyendas urbanas y los comentarios variaban, nos sentíamos como fantasmas, me atrevería a decir que como dioses y esa mañana en la que desperté con un horrible dolor de cabeza debido al alcohol que habíamos logrado conseguir después de tocar en un espacio de la cloaca, no había dormido en mi casa pero mis padres creían que estaba donde Tampier haciendo una tarea de historia para la que nos habíamos atrasado (La verdad ya estaba acabada y predispuesta en mi carpeta electrónica). 

Con mucho cuidado me levanté, caminé hacia la escalera y me vi en medio de la noche en la turbia ciudad del concreto, alguna vez llamada la ciudad del mar. El taxi a casa me costó la paga de toda la noche, sin embargo no podría nunca completar su tramo, sentía un frío en los huesos que no era provocado tanto por el clima sino por un malestar en la boca del estómago.

 Luces platinadas y enrojecidas iluminaban toda la cuadra anterior a mi casa, debieron ser por lo menos doce radio patrullas esperando parsimoniosamente a cada lado de la calle. Bajé del vehículo con la frente baja y desvié la mirada hacia mi casa. Mis padres discutían con un carabinero que llevaba una caja metálica en las manos, sin embargo no lo dejaban pasar a la casa y al verme avanzar por la calle entre los automóviles luminosos detuvieron sus gritos y se quedaron impactados por mi aspecto algo demacrado. 

-Guito- dijo mi madre en voz baja y mi padre miró al carabinero mientras este encendía la caja metálica.
-Tu brazo- me ordenó el uniformado, yo inserté mi mano en la máquina y esta comenzó a tintinear “El alumno Diego Sepúlveda Verdugo se presenta con la identificación de A-33” escuché la femenina voz que tanto odiaba, otro carabinero se acercó al hombre de la caja esperando órdenes “Es él” dijo señalándome y la caja de metal atrapó mi mano.
-¡Déjelo!- gritó mi padre mientras mi madre me sostenía la espalda, entramos a la casa seguidos de tres uniformados, cada uno más agresivo que el anterior.
-Guito, ve a buscar tu pistola- dijo mi madre casi llorando, mi padre la sostuvo unos segundos mientras yo colapsaba del terror que me había causado esa orden, no reaccioné y me quedé viendo a mis padres con los ojos impregnados en miedo 
-¿Qué pasa guito? Tráela para que vean que todo es un malentendido- dijo mi padre, y al ver que no respondía mi madre entró en llantos desesperados -Dime que no es verdad, dime que no ¡DIEGO!-

El carabinero se acercó a mí y por primera vez me miró a los ojos -¿Sabes lo que has hecho?-

Nicolás bajó la escalera con un aire de desilusión mientras mi madre se lanzaba al sillón para llorar 
-No solo no la tiene, sino que encontré esto en su habitació-” dijo lanzándome una cinta de audio en la cabeza con tanta fuerza que éste acabó partiéndose en dos, hiriéndome la frente -Tiene CD’s, cintas magnéticas, cuerdas de guitarra-, Mi madre dejó inmediatamente sus lágrimas para mirarme con rabia 
-¿Así que todo esto es por la música?- 
La caja metálica comenzó a brillar 
-Son pruebas suficientes, llévenselo

-Se le acusa de matar a la fallecida, desechar el arma, y huir.

 ¡Muerta! y por mi culpa. Era todo lo que pensaba al ver las imágenes de Isi, aquella linda chica de mi escuela, tirada en medio de calle Valparaíso con una bala en la sien. 

-Así que tú no la mataste, pero la conocías y fue asesinada con tu arma- dijo el fiscal señalando las imágenes. Podía admitir que la había matado, una persona menos no era tan grave, sin embargo no quería hacerlo, había algo en mí que lo impedía. 

-Vendí el arma hace meses, el mismo día de mi cumpleaños- Se la había vendido a la escoria de la sociedad y con los papeles, donde cualquier loco pudo haberla comprado y haberse aprovechado de ésta, esa explicación complació al juez, sin embargo el fiscal no se detuvo 

-Primero que nada eso es ilegal, y segundo ¿podrías decirle a todo este público que compraste con ese dinero?, ¿drogas? 

Sonreí al mirar a mi hermano, nunca lo había visto más decepcionado o más impresionado de no saber exactamente que había estado pasando en mi vida los últimos meses.

-No, una guitarra-, todo el tribunal se quedó mudo, mi hermano se levantó agresivamente de su puesto en las butacas como si fuera a dispararme y permaneció mirándome fijamente a los ojos casi diciendo 

-Lo supe desde un principio- entendí que estaba frito, Tampier lo demostraba en su expresión desde las gradas, justo entre sus padres que lo sostenían mientras me lanzaban miradas de odio. Cuestionar a un adulto que no lo haya permitido antes, intoxicarse hasta perder el conocimiento, cruzar la línea del tren y comprar un instrumento musical, cuatro simples reglas que no debían romperse, tres simples violaciones al sistema de mi parte. 

-Soy el guitarrista de esa banda misteriosa que escribe canciones y de la que todo el mundo ha estado hablando, pero no maté a esa niña- El juez ordenó un par de papeles en su escritorio.
-Si hubiera sido tú, hubiera confesado la muerte, una persona muerta vale menos que cien personas corrompidas, te daré una oportunidad para que me digas el nombre del resto de los integrantes de la banda. 

Yo negué con la cabeza, era mi culpa, no la de Tampier, ni Fuenzalida ni menos del mecánico -La ley establece que ninguna persona puede generar música de más de dos tonos que no hayan sido aprobadas previamente, y estas cintas contienen un poco más de eso.- dijo con un tono de duda en su garganta, mi hermano, que aún no se sentaba alzó la voz. -Por Dios su señoría, espere, ya no es un niño y razona, sé que debe ser condenado pero- hizo una pausa y su voz cambió de misericordia a seriedad -yo te lo dije Guito, la música no había matado a nadie aún- sus ojos estaban repletos de rabia, decepción y miedo, como si librara una batalla consigo mismo.

 -Nicolás Sepúlveda Verdugo, te ordeno que te calles, tal como hice contigo cuando te levantaste contra ese policía, aplicaré la ley, eso a ti te reformó- volteó la vista mí -has roto más reglas de las que yo puedo memorizar, por lo tanto te condeno a la zona de caza libre por una semana- nadie había sobrevivido más de setenta y dos horas con el frío, la humedad, y los perdigueros, según escuché alguna vez a mi madre, mi hermano había recibido un balazo en la canilla y su novia Melissa no había durado las 24 horas. 

Ahora me tocaría cosechar lo que yo mismo había plantado, tenía veinticuatro horas para recoger mis cosas y en 48 horas el camión nos llevaría a los reclusos a la zona roja, Tampier se acercó llorando a mí mientras caminaba fuera de esa oscura habitación.

-No tenías que hacerlo tu solo, no vas a durar una semana ahí- su voz estaba plasmada de pánico, yo puse mi mano en su espalda con un nudo en la garganta.
-No planeo hacerlo- mientras nos alejábamos de la masa hice una pausa y le di un apretón manos
-Entonces supongo que éste es el Adiós- y así concluía mi discurso de rendición, firmado con una sonrisa.









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