Resumen introductivo: Un padre lucha por sanar a su hija de su autismo y ceguera crónicos por medio de una máquina que logra introducirse en el sueño que la niña siempre tiene.


“Mi opinión profesional es que mientras no encuentre la salida, su hija nunca volverá a ver, lo que pasa es que nunca ha despertado y sigue atrapada dentro de este mundo, me refiero a que cuando su cuerpo está despierto se comunica desde este lugar hacia el mundo real”. El padre se acercó a la máquina y sin razonarlo bien buscó un manojo de llaves viejo y se dirigió a el primer piso de la casa, luego a la cocina y luego a la fúnebre entrada de las catacumbas del sótano que su abuelo había construido antes de perderse. Se internó con determinación en la obscuridad sin nada más que una linterna. “¿Cariño? Hija, puedes venir, está bien, soy yo, tu papá… voy para allá” pero era difícil avanzar, todos los caminos eran similares. ¿Por qué alguien se dedicaría a construir un laberinto así? Había escuchado muchas historias… que ese lugar era un albergue para los habitantes de la ciudad durante la guerra… o que se trataba de una antigua guarida de brujas. No era muy bueno en la historia y lo único que le interesaba, por ahora, era dar con su hija.
El hospital de paredes blancas esperaba la salida de los últimos visitantes para poder comenzar el turno de la noche. En las paredes resonó un grito de lástima, el psiquiatra negó con la cabeza mientras la esposa del paciente lloraba. “Perdimos la imagen y el sonido, señora, su esposo no pudo salir del coma, ni con la ayuda de su hija” La mujer no detuvo el llanto y se lanzó sobre el comatoso “El experimento de conexión de casi 3 años con los sueños del paciente hizo que creara una realidad alterna, era demasiado fuerte para separarlo”. Una nueva sombra se asomó y el padre en el abismo del laberinto dejó de sentir la mano de su hija, estaba solo en la obscuridad, quiso volver a la casa de paredes blancas pero no pudo encontrar la salida del intrépido y desafiante laberinto ya que todos caminos habían cambiado para internarlo a donde pertenecía en realidad: la dirección opuesta a la salida. El doctor del hospital cubrió la cara del difunto con un manto blanco mientras suspiraba “Después de todos los años que han pasado desde el accidente, quizás lo mejor que podíamos hacer era dejarlo descansar en paz, es una pena que no pudiera conocer las facetas más vivas de su hija, quizás cómo la habrá imaginado, solo escuchando su voz”.
Sin la luz de su hija, ni la de la linterna, ni la de las voces mostrándole el camino, el nuevo allegado se internó en el laberinto buscando a sus iguales, tratando de encontrar su camino hacia la luz.